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Vol. 12 (1): Junio 2009


La foca monje: una metáfora del ecosistema mediterráneo

por Ali Cemal Gücü

Ali Cemal Gücü


Quisiera poder escribir sobre el momento inolvidable de mi primer encuentro con una foca monje del Mediterráneo. Sin embargo no recuerdo ni cuando ni como fue, igual que no me acuerdo del momento en que ví un perro o un gato por primera vez en mi vida. Probablemente fue durante una de las salidas a pescar con mi padre, hace más de cuarenta años, cuando no tenía sentido aplicar el término "especie amenazada" a ningún animal marino en Turquía. Esta fue probablemente la razón principal por la que no me acuerdo de cuando ví la primera foca, un animal que no era raro observar en mi infancia.

La otra razón es que yo estaba más pendiente de los delfines. A los ojos de un niño, el mar es un reino maravilloso, como decían los cuentos de mi abuela. Para mí cada habitante del mar tenía una función. Los delfines eran las veloces monturas del reino, y las focas eran los guardianes del rey. ¿Quién iba a interesarse por un patoso vigilante pudiendo elegir una juguetona montura que estaba por encima del resto de los vasallos?

La primera cosa que recuerdo de ellos era una historia que a mi abuelo le contaron  durante su infancia. Hablaba de una foca “mujeriega". Durante la época del Imperio Otomano, las señoras nadaban en lugares de la costa vigilados y privados, denominados “Hamami Deniz” [baño de mar], cuyo acceso estaba estrictamente prohibido a los hombres. Cuenta la historia que, un día, alguien con un bigote espeso se coló en una de estas zonas de baño y empezó a nadar entre las damas. Al descubrirle, las mujeres salieron corriendo, gritando presas del pánico porque ser vistas semidesnudas por un extraño era considerado un pecado terrible. Entonces los guardias entraron para capturar y castigar al "mujeriego" y descubrieron que el portador del bigote espeso no era un hombre, sino una foca monje. El adjetivo que mi abuelo usaba para hablar de la foca era "bribón". Éste era el nombre que la gente usaba entonces para nombrar a las focas: los  “pillos del mar”. Incluso para los pescadores, eran bribones juguetones, con los que  compartían sus días y su destino en el mar.

Más tarde, me encontré con la foca monje en los libros del novelista turco Pescador de Halicarnaso (Cevat Sakir Karaağaçlı), del cual soy un devoto lector. En sus libros, estos bribones son respetuosos habitantes del mar que a veces rescatan a pescadores en peligro y a veces se disfrazan de sirenas, casándose con el pescador que se enamora de ellos.

Durante mi formación en la universidad, un ecosistema se describía como una entidad integral en el que cada elemento está estrechamente vinculado a los otros. Dentro de este contexto, a cada especie se le da la misma importancia, a menos que se trate de una especie clave, una que tenga un efecto desproporcionado sobre su medio ambiente en relación a su abundancia. La monje del Mediterráneo tenía poblaciones compuestas de escasos individuos y no era, en ningún sentido, una especie clave en el ecosistema del Mediterráneo. Por lo tanto, para un ecólogo marino en su primer año de carrera, los esfuerzos encaminados a proteger a una sola especie parecían una pérdida de tiempo. ¿Podían salvar la especie los programas encaminados a subsidiar a los pescadores para compensarles de los daños causados en sus redes? ¿Cómo podía contribuir a proteger la foca declarar la protección de una o dos cuevas -un solo punto dentro de la zona de distribución de la foca- cuando el ecosistema entero estaba en peligro? ¿Qué importancia podían tener estas acciones para ayudarlas a criar a sus cachorros, cuando las actividades pesqueras fuera de todo control estaban agotando su principal fuente de alimento? ¿Cómo podría un depredador situado en la cúspide de la cadena trófica, sobrevivir a la toxicidad de las mareas rojas y otros fenómenos cada vez más frecuentes causados por la eutrofización de la costa? En resumen: en la universidad, ni la foca monje ni sus problemas de conservación eran temas que me importaran.

Pero en el curso 1993-94, me encontré con un grupo de miembros de WWF-International que  impulsaban  un proyecto de conservación de foca monje en Foça, y me pidieron que realizara un estudio sobre la situación de las focas en la costa de Mersin. Aunque yo no creía en la conservación de especies individuales, trabajar en la foca monje sonaba divertido, e implicaba un trabajo duro y emocionante en el mar. Por lo tanto, acepté la oferta, y comencé el estudio en 1994. Los tres primeros meses fueron un auténtico desafío. Con mi equipo, trabajamos duro para descubrir las cuevas donde se ocultaban las focas, pero al mismo tiempo comenzamos a darnos cuenta de lo mal que estaba la situación incluso a lo largo de las costas más vírgenes. Aquellos que para nuestros ancianos eran simpáticos "pillos", se habían convertido –para nuestra generación- en plagas que había que erradicar. Las focas ya no figuraban en los cuentos populares. Para los niños, una foca es un mamífero marino que vive en los mares polares, que es asesinado brutalmente por cazadores para arrancarles la piel. Ni siquiera saben que existe una especie de foca en el Mediterráneo.

Estos tres primeros meses me enseñaron que la ecología se compone de más cosas que las ecuaciones que me enseñaron en la universidad, y que lo que está ocurriendo en la naturaleza va mucho más allá de los modelos de ecosistemas que yo diseñaba. Durante los años siguientes, traté de interpretar el significado de "especie indicadora", aplicándolo a la foca monje, y para comprender de qué modo sirven para medir la salud de los ecosistemas. Los problemas que enfrentan las focas son esencialmente los mismos problemas que amenazan el ecosistema del Mediterráneo. Con ellos, he comprendido claramente el concepto de "especie paraguas". He aprendido cómo trabajar en nombre de la "foca monje" significa hacerlo en nombre de la conservación de todo el ecosistema. Me sorprendí mucho cuando el Ministerio turco de Agricultura y Asuntos Rurales aceptó mi propuesta de establecer una prohibición de la pesca de arrastre en un lugar habitado por las focas. La misma zona había sido propuesta y rechazada durante 11 años porque el ministerio tenía miedo de ser presionado por los pescadores. Enfocando la propuesta bajo el ‘paraguas’ de la foca monje, la preocupación del gobierno no era ya la reacción de los pescadores industriales sino el cumplimiento de los acuerdos y convenios internacionales.

Como consecuencia de todo esto, la especie a la que di la espalda durante un tiempo, se ha convertido en una de las cosas más importantes en mi vida. Por un lado, tengo la esperanza de que tiene un futuro, porque he visto cómo reaccionaron positivamente a las medidas de conservación aplicadas a lo largo de las costas de Cilicia, cómo regresaron a las cuevas que habían abandonado y cómo la colonia está empezando a extenderse al las regiones vecinas. Pero por otro lado, he aprendido que la fuerza que la foca monje tiene que contrarestar es la de la codicia humana; se trata de un obstáculo que se presenta cada vez que hay un conflicto entre la protección y la explotación.


Ali Cemal Gücü, Mayo de 2009.

 

Ali Cemal Gücü es profesor de biología marina del Instituto de Ciencias del Mar de la Universidad Técnica del Oriente Medio, Turquía (Middle East Technical University, Institute of Marine Sciences, Turkey.)


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